Por Mariángeles Guerrero
La Feria de Semillas Nativas y Criollas de Misiones cumple 25 años. Desde el sábado 9 de julio hasta el 18 de agosto se realizan encuentros de intercambios de semillas entre familias campesinas, además de capacitaciones y actividades culturales, en las localidades misioneras de Aristóbulo del Valle, Campo Grande, Campo Ramón, Oberá, San Pedro, El Soberbio, Puerto Iguazú, Montecarlo, entre otras. “Esta experiencia muestra la soberanía alimentaria en su abundancia”, sostienen los impulsores de la feria de semillas provincial tras un cuarto de siglo de sostener esta forma de compartir saberes y fortalecer la soberanía alimentaria.
Gerardo Segovia es trabajador social y presidente de la Red de Agricultura Orgánica de Misiones (RAOM) e integra la comisión directiva de la Sociedad Argentina de Agroecología. Fue partícipe de la primera feria donde se intercambiaron semillas nativas, que se realizó un año después de la aprobación del primer evento transgénico en nuestro país, la soja RR, en 1996. Segovia relata que el movimiento por las semillas nativas de Misiones surgió al ver la importancia de la semilla como elemento central en la vida campesina. Y agrega: “Para nosotros la semilla es la germinación de la vida en todas sus manifestaciones. Es central y estratégica para el campesino pero también para el mundo que está tan saqueado en este momento”.
Explica que la semilla significa la abundancia del autoconsumo en la mesa de los agricultores y es uno de los elementos vitales de la biodiversidad. Señala que fueron las mujeres las que iniciaron los primeros encuentros durante la década del 90. “En ese período tan nefasto para la historia argentina ellas notaron la pérdida de las semillas nativas. Por eso impulsaron un encuentro entre varios actores para generar el movimiento”, recuerda Segovia.
Cuenta, además, que en la feria de semillas se despliega una “increíble lógica campesina en medio de este saqueo”. Y añade: “El mayor atentado a este modelo capitalista y depredador es que la mejor semilla, guardada con pasión y seleccionada amorosamente, va a ser compartida gratuitamente con otros. O sea: lo mejor que tengo lo comparto con otros. No solo las semillas, sino los saberes que tras 12.000 años de agricultura fueron viajando de generación en generación”. Segovia define el intercambio como “un modelo educativo diferente”.
Beatriz Zemunich, productora misionera y guardiana de semillas, agrega que lo más lindo de la feria es el reencuentro con todos: “Somos una gran familia. Cuando nos encontramos es como si nos conociéramos de toda la vida. No hay mezquindades, no hay competencia. Al contrario, hay una abundancia y una amorosidad increíble. Es un intercambio de saberes, de sabores y de mucho afecto“.
Las expectativas sobre el encuentro aumentan tras dos años de pandemia, cuando en lugar de las ferias se implementaron las canastas viajeras de semillas. “La semilla se siguió moviendo solo que nosotros no nos encontrábamos, ahora es el gran reencuentro. Habrá mucho disfrute”, dice la agricultora.
Celebrar las semillas
En el marco de la celebración por los 25 años de ferias habrá exposición de semillas, plantines, alimentos de la agricultura familiar y productos medicinales; también muestras artísticas, de artes visuales, literatura y danza. Además se realizarán paneles de debate con referentes provinciales e internacionales. Los objetivos de estas actividades son recuperar el patrimonio cultural que son las semillas nativas y criollas, el intercambio gratuito, la formación, tejer redes regionales y nacionales y demandar al Estado provincial mayores políticas públicas y presupuesto para proteger a las semillas criollas.
El 26 de julio es el comienzo de la siembra en varias regiones del continente y también la época de la multiplicación de la vida. El 1 de agosto muchos pueblos celebran a la Pachamama, la Madre Tierra, dueña de las cosechas y de la vida. Uniendo estas dos celebraciones, el Movimiento Agroecológico de Latinoamérica (Maela) impulsa desde hace años la Semana Continental de las Semillas Nativas y Criollas, con el objetivo de valorizar las prácticas campesinas e indígenas de obtención, conservación y multiplicación de las semillas nativas en tanto primer eslabón de la soberanía alimentaria.
De las celebraciones participarán pequeños productores de la agricultura familiar, comunidades indígenas, habitantes de barrios urbanos, diversas organizaciones socioambientales, gremiales, iglesias, trabajadores de la salud, sectores de la educación y del agro. También se sumarán delegaciones de países vecinos como Chile, Paraguay, Brasil y de otras provincias argentinas.
El primer eslabón de la soberanía alimentaria
Segovia relata que tuvo el privilegio de estar en la primera feria, en 1997. En ese entonces trabajaba en la Pastoral Social del obispo Joaquín Piña, quien además de oponerse al menemismo durante los años 90 realizó una labor social muy importante con campesinos e indígenas en la recuperación de tierras y en la valorización del trabajo campesino. “Con la primera feria se inaugura el pasaje de la chacra a la feria, del campo a la ciudad. Acá las mujeres cuando vieron que desaparecían las semillas fueron al espacio de lo público a recuperar lo perdido”, afirma.
Aquella primera feria surgió como iniciativa de distintos actores como el Movimiento Agrario de Misiones (MAM), la Pastoral Social y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Fue un hito histórico para la agroecología del país. Se compartieron más de 500 variedades de semillas. “Fue un espacio de reciprocidad y de mostrar que se puede tener la semilla si hay un espacio público o de los movimientos sociales. Para nosotros en esa fiesta de los campesinos, que es la feria, se produce el milagro de la vida y de la abundancia”, afirma Segovia.
Las ferias encarnan un modelo económico donde todos ganan. “Acá se comparte y se multiplica la vida, no como en el modelo de las transnacionales que ofrecen semillas pero para patentarlas, expulsar a los campesinos y apropiarse de sus saberes”, compara el integrante de la RAOM. Hay agricultores que asisten a la feria con doce clases de semillas y se llevan 24. Entre las especies socializadas se encuentran diversas clases de maíz, mandioca, porotos, arvejas, arroz, soja, tubérculos, plantas silvestres y frutales. En el último tiempo, también se incorporaron productos de la economía social con su producción.
Guardianas de semillas
Beatriz Zemunich forma parte del movimiento semillero desde hace 15 años. Hoy es guardiana y su hogar es “casa de semillas”. Esto significa que, donde ella vive, se puede acudir en busca de semillas para los campesinos de la zona. Su hogar está en la localidad de Puerto Wanda y su chacra se llama “Biodiversidad”. Hace más de 20 años que hace producción agroecológica. Señala que, junto con sus vecinos, está preocupada por el daño producido por las semillas transgénicas: “El cultivo ‘convencional’ viene provocando cambios climáticos muy grandes y también la contaminación del agua y de los suelos, además de perjudicar a nuestras semillas por la polinización. Este modelo nos ha dañado bastante, no tiene sustento y está acabando con el planeta”.
La agricultora también es promotora del Prohuerta hace más de 15 años y participa del grupo Consumidores y Campesinos Misioneros Organizados y del Sistema Único de Certificación Participativa Teoká Porá, establecido por la Ley Provincial de Fomento a la Agroecología. “Me sumé a este movimiento porque me interesa cuidar el medioambiente y a mi familia. La idea es enriquecer el plato de la mesa familiar. Cuanta más variedad tenés, más salud hay en la casa“, explicita. En su hogar guarda, por ejemplo, cinco variedades de porotos, siete de batata y nueve de mandioca. “Pareciera sencillo pero cuando empezás a enumerar la cantidad, es bastante. Esa es la diversidad agroecológica“, dice la productora.
Recuerda que en sus primeros años como agricultora producía de manera convencional. “La diferencia con las semillas genéticamente modificadas es que se compran, se siembran y después esa semilla no produce otras; entonces siempre estás dependiendo”, compara. Las semillas nativas se siembran, se cultivan y se guardan para la temporada siguiente. “Nos aseguramos la alimentación y al excedente lo compartimos”, dice Zemunich.
—¿Por qué son importantes las semillas criollas?
—Por el valor nutricional y por la facilidad del cultivo. No gastás para producir. La mayoría de los productores tienen ingresos bajos por lo tanto tienen dificultades para comprar insumos. Si comprás transgénicos tenés que comprar el paquete completo. En cambio con las semillas nativas al abono lo hacemos nosotros, combatimos las plagas con purines. Es un modo de cuidarnos a nosotros y al ambiente.
—¿Qué significa ser guardiana de semillas?
—Es cuidar la vida, mantener la genética viva al plantarlas y multiplicar los saberes al intercambiarlas. Para nosotros la semilla no es un negocio: la semilla es vida y necesita ser cuidada.
—¿Cómo se aprende a cuidar las semillas?
—Para poder tener semillas nativas y criollas en su estado óptimo hay que cultivarlas todos los años protegiendo el suelo. Por eso se siembra en forma agroecológica, es decir que no usamos venenos ni alteramos la genética de las semillas ni del ambiente donde vive. Uno viene heredando eso de la familia, soy hija de productores pero también están las capacitaciones del ProHuerta y el acompañamiento del movimiento semillero. En los encuentros del movimiento se comparten saberes pero también se pregunta a otros campesinos. De mi familia aprendí las formas de cultivo, las formas de siembra, el trasplante, cómo se guardan las semillas. Guardarlas requiere de un cuidado necesario para que no entren bichitos o se descomponga la semilla. También aprendí qué semillas guardar y cuáles no. En esto tiene que ver lo ancestral, tanto de los originarios como de nuestros abuelos. Hay semillas que vienen de generación en generación y eso también se comparte en las ferias. Todo eso vale mucho.
Saqueo de alimentos y saberes
“El año 1492 fue el inicio del saqueo para el Abya Yala (América). No solo se llevaron los bienes comunes, sino también los saberes ancestrales. Esto lo comprobamos cada vez más en los encuentros con los pueblos originarios”, dice Segovia. Explica que a lo largo de 12.000 años los agricultores, y especialmente las agricultoras, fueron trabajando todo el tema de domesticación de las semillas y produciendo cruzamientos. Pero desde la llamada “Revolución Verde” —que impulsó el modelo agroquímico y de semillas transgénicas— hasta ahora “no solo muchos agricultores fueron expulsados de sus tierras sino también de esos saberes que circulaban en la comunidad”.
La introducción de esa semillas los híbridos con la Revolución Verde, de la mano de las empresas y de los Estados, horadó las tradiciones de cuidado de las semillas nativas. Las plantas híbridas resultan del cruce de dos plantas de distinta especie. Este proceso puede darse por intervención humana o de forma espontánea por la naturaleza, a través de polinizadores. Pero estas semillas no pueden dar plantas de segunda generación. Al igual que ocurre con las semillas transgénicas, la segunda generación resultante de los híbridos son estériles.
Segovia puntualiza que con la incorporación de los híbridos primero y de las transgénicas después comenzó el círculo vicioso de la dependencia. Estos productos rompieron el circuito ancestral de plantar año a año la semilla que habían dejado tíos, padres o abuelos y que posteriormente eran entregada a los nietos. Segovia afirma que, sin embargo, “hay una infinidad de conocimientos que están en manos de los campesinos gracias a que están todos los días con los cultivos”.
Misiones padece en la actualidad el impacto del monocultivo de árboles, que expulsa poblaciones, fumiga con agrotóxicos y atenta contra la biodiversidad. Para Segovia, el tema de los químicos está para algunos como naturalizado, “como ‘un mal necesario'”, como si no se pudiera producir de otra manera. Por eso lo plantea como parte de una batalla cultural: “Las corporaciones no solo se apropiaron de las semillas y de los medicamentos sino que además son los mayores aportantes de los grandes medios de comunicación, que difunden las bondades de la agricultura industrial que implica el saqueo y la muerte de los bienes comunes”.
Segovia añade que “en este mundo de la abundancia y de la vida donde hay comida para 12.000 millones de personas es un escándalo que casi la mitad de la población mundial con ‘inseguridad alimentaria’. Hay que cambiar de paradigma: las comunidades campesinas e indígenas deben unirse lo más posible para enfrentar este modelo”.