Por Ariana Krochik*
Este 8 de marzo (8M), Día Internacional de la Mujer Trabajadora, los movimientos, asambleas, organizaciones y personas autoconvocadas nos movilizamos en las calles bajo la consigna La deuda es con nosotras y nosotres ¡que la paguen los que la fugaron! El llamado hace hincapié en la falta de políticas públicas para combatir las desigualdades sociales. Hoy el Estado se concentra en “resolver” la crisis de deuda externa y deja de lado la atención de los problemas que aquejan a nuestro país, y en particular los vinculados a las desigualdades económicas, sociales y culturales hacia las feminidades y el reconocimiento de las tareas invisibilizadas de cuidados y de producción de vida. En este contexto, el ecofeminismo emerge -cada vez con más fuerza- como una propuesta para repensar nuestros vínculos y los vínculos con los territorios que habitamos. La interseccionalidad entre género y ambiente dialogan con estos reclamos y los vinculan con la agenda del movimiento socioambiental, poniendo en el centro de la lucha a la vida en todas sus formas y expresiones. Es así como surge el ecofeminismo (ecologismo + feminismo), que plantea las claves de un nuevo enfoque relacional, basado en la sostenibilidad y la equidad.
Ecofeminismo: cuando el cuerpo es territorio
El ecofeminismo destaca la relación que hay entre el proceso de dominación del ser humano sobre la naturaleza, al ser devaluada y explotada para la obtención de capital, y la dominación del varón sobre la mujer. La violencia patriarcal hacia los cuerpos de las feminidades, los femicidios y la invisibilización del trabajo como reproductoras de mano de obra, amas de casa y cuidadoras está asociada al modelo de expansión extractivista con el que se avanza sobre los territorios y la naturaleza. Distintas autoras, como Vandana Shiva -portavoz del ecofeminismo en India- hacen referencia al ecofeminismo de la supervivencia, donde somos las mujeres las primeras en movilizarnos en defensa de la vida. Así es que podemos destacar nuestro rol al frente de las luchas populares contra la dominación patriarcal y colonial que se da principalmente en América Latina. Somos las primeras en percibir que nuestros cuerpos son naturaleza y de registrar el impacto en nuestros cuerpos-territorios y los territorios del extractivismo. Resistimos a la expansión de la megaminería a cielo abierto, la expansión de la frontera petrolera, sojera y el uso y abuso de agrotóxicos, entre otros ejemplos del modelo del -mal-desarrollo. Muchas mujeres se ven obligadas -como señala la filósofa española Alicia Puleo- a caminar kilómetros en busca de la leña o el agua, que antes encontraban cerca de sus hogares y enferman con nuevas dolencias debido a la contaminación por pesticidas.