Esta mañana visité a Ángel, un productor de frutas y hortalizas de toda la vida. Tiene casi 90 años y labra más de dos hectáreas él mismo, solo con la ayuda de distintas herramientas. La prolijidad de los surcos, la presencia de insectos y algunas hierbas dan cuenta del amor, la dedicación y la conciencia que hay detrás de todo lo que tiene cultivado. Dispone de un área con frutales de pepita y carozo, y otro espacio amplio llena de hortalizas rastreras, en su mayoría distintas variedades de zapallo.
Recorriendo los cultivos sanos, repletos de flores y frutos, comencé a notar la presencia de insectos de distintos tipos, también había hierba, pero no mucha, y la tierra estaba sumamente aireada. Por supuesto, nada de esto existiría si Ángel utilizaría agrotóxicos mortales. ¿Cómo es que logra ese equilibrio?, le pregunté al instante.
“Bueno, la realidad es que no siempre hice agricultura sin pesticidas. Yo también utilicé agroquímicos en algún momento. Lamentablemente, caí en el cuento, como cayeron y caen muchos. Eso de que sin agroquímicos no se puede producir frutas y verduras de calidad y en abundancia. Ese cuentito que nos hizo olvidar de forma instantánea la forma en que cultivaban la tierra nuestros padres, abuelos, tíos, sin ningún tipo de veneno. Un día fumigando con la mochila me desmayé, y a esto se sumó que un compañero que fumigaba con el tractor se enfermó grave. A partí de ahí nunca más utilicé venenos. Y comencé a retomar y re-aprender las formas en las que cultivaban mis padres, la forma en que se cultivó siempre, hasta hace 35 años.”
“Tenemos que entender que todo es un sistema, si algo falta se desequilibra todo”.
“Mirá, todo es un sistema, si falta algo se desequilibra todo”, con esa frase Ángel me comenzó a explicar por qué es importante que nazcan yuyos, que vivan insectos y animalitos, y el gran valor que tienen als hojas de otoño.
“Si vos tirás un agroquímico se mueren muchos insectos y se arma el despelote. Es fundamental asegurar las condiciones necesarias para que los yuyos no sean más que los zapallos, pero que estén. Yo uso un método que aprendí de joven. Armo las hileras y antes de sembrar los plantines comienzo con el riego. Tal cual como si ya hubiera sembrado, y ahí empiezan a crecer distintas variedades de yuyos, esto es importante porque cada uno aporta distintos nutrientes al suelo. Las alfalfas silvestres, por ejemplo, aportan nitrógeno. Una vez que están bien crecidos, se arrancan los yuyos y se ponen los plantines. Ahí se sigue regando normal, y los yuyos van a tardar varias semanas en crecer, cuando lo hagan los plantines ya son medianos y se autocontrola todo. El zapallo crece bien, y las hiervas crecen debajo pero pequeñas. Cada tanto hay que ralear una quinoilla o esas que se hacen grandes. Si el suelo tiene hierbas, se seca menos, puede vivir insectos, y se crea un ambiente en equilibrio”. A lo sumo si salen pulgones, rociar el preparado con ajo, agua y alcohol .
“Y después del cultivo, cuando ya sacaste todo que llega el otoño, es la mejor parte para preparar el suelo y dejarlo aireado. Las hojas secas de las alamedas las distribuyo por toda la quinta, luego las incorporo a la tierra con la rastra y las dejo compostarse adentro. Es impresionante como se llena de lombrices y la tierra de oxigena. Para la primavera tenés un suelo espectacular para la siembra. No entiendo como tanta gente quema las hojas, pudiendo enterrarlas y mejorar el suelo”.
]]>Agradecimiento a Ángel Martínez, quien además de abrirnos sus puertas también sembró un mensaje de conciencia social, ancestral y ecológica que humildemente difundimos por este medio.
Matías Ángel Ramos, Concejal