Por Mariángeles Guerrero
La Cámara de Diputados aprobó el 5 de mayo la ley para el desarrollo de la industria del cannabis medicinal y del cáñamo. La nueva norma establece las condiciones en que se debe desarrollar la cadena de producción y comercialización nacional o con fines de exportación de la planta de cannabis, sus semillas y sus productos derivados afectados al uso medicinal, incluyendo la investigación científica y el uso industrial. De esta manera, se complementa otra ley ya aprobada por el Congreso, la 27.350, que autoriza el uso terapéutico y paliativo del cannabis. En este contexto, la industrialización de la producción abre una incógnita sobre cómo serán los cultivos si se tiene en cuenta el modelo que privilegió Argentina en los últimos años para la producción agrícola: transgénesis y agrotóxicos. La agencia regulatoria creada por la norma se limita a hablar de certificaciones de “buenas prácticas productivas”.
En la provincia de Santa Fe existe un programa —sostenido por el Ministerio de Ciencia provincial y que se desarrolla en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de Ángel Gallardo— en el que ya se asiste a 19 pequeños productores de cannabis para desarrollar los cultivos de forma agroecológica. “Los derivados de cannabis van a ser consumidos por personas que tienen alguna patología. Entonces no debería existir la posibilidad de que un producto llegue con agroquímicos si hay otras alternativas a esa forma de producción”, sostiene la coordinadora del proyecto provincial y doctora en Ciencias Biológicas, Leticia Zumoffen.
Una vez aprobada la iniciativa en Diputados, el Gobierno apuntó que tanto la industria del cannabis medicinal como la del cáñamo industrial “están creciendo exponencialmente y serán una fuente de empleo de calidad y desarrollo económico a nivel global, por lo que el objetivo de la normativa es brindar un marco regulatorio para la inversión pública y privada en toda la cadena del cannabis medicinal, complementando la actual legislación”. El potencial económico para el desarrollo de la actividad del cannabis medicinal y el cáñamo industrial para el año 2025 se proyecta —desde el Estado nacional— en 10 mil nuevos empleos, en 500 millones de dólares en ventas al mercado interno anuales y en 50 millones de dólares en exportaciones anuales.
Al respecto, el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, Daniel Filmus, señaló: “Esta ley amplía la posibilidad de la producción y del acceso al cannabis como producto medicinal, lo que implica que muchas más personas van a poder tener acceso a una producción que va a facilitar el derecho a la salud, que hasta ahora podían hacerlo muy pocos”. Y agregó: “A su vez, desde el Ministerio de Ciencia y Tecnología estamos trabajando fuertemente para que no solo sea la semilla sino que sea también la capacidad de elaborar productos con aporte tecnológico nacional; y generar una verdadera industria federal porque puede llevarse adelante en muchos lugares del país y en unidades de producción muy pequeñas”.
La norma fue impulsada desde el Ministerio de Desarrollo Productivo y tiene un claro perfil productivista, con miras a los cultivos a gran escala e incluso a la exportación. El texto de la ley no menciona a la agroecología; en cambio habilita a la Agencia Regulatoria de la Industria del Cáñamo y del Cannabis Medicinal (Ariccame) —entidad de aplicación de la norma, en caso de aprobarse— a “expedir certificaciones de buenas prácticas productivas”, sin especificar precisamente qué se entiende por “buenas prácticas productivas” en términos ambientales y de cuidado de la salud.
Cultivar cannabis con agroecología es posible
Gabriela Musuarana es una pequeña productora de cannabis de la provincia de Santa Fe. Comenzó a plantar con fines terapéuticos hace 15 años en macetas o baldes, hasta que pudo tener un patio y cultivar en exterior. Actualmente sus cultivos se utilizan con fines medicinales y recreativos, hace ungüentos, cremas y artesanías con las ramas. No solo produce cáñamo, también arboles, cactus, hortalizas y plantas florales. La mujer reivindica “la necesidad de ser autosustentable en todo lo que se pueda” y agrega que “ningún microclima emulado puede compararse con la naturaleza”. Para ella, de esta manera se “obtiene un producto de calidad, sin pesticidas y agroquímicos, garantizando la salud del consumidor y del planeta”. Musuarana es una de las y los 19 productores que reciben apoyo del Estado provincial para el manejo agroecológico de su cultivo en pequeña escala.
Este apoyo se da en el marco del proyecto “Bases agroecológicas en cultivo de cannabis medicinal para el manejo de insectos plaga”, del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la provincia de Santa Fe. En diálogo con Tierra Viva, la coordinadora del proyecto provincial y doctora en Ciencias Biológicas, Leticia Zumoffen, destacó la importancia de que el cultivo de cannabis que prevé la ley sancionada sea agroecológico en pos del cuidado de la salud.
El proyecto que conduce Zumoffen se presentó en 2019 y es llevado adelante por la estación del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de Ángel Gallardo, ubicada en el área metropolitana de la capital santafesina. Su objetivo es la promoción del manejo agroecológico para el cultivo de cannabis. En palabras de la entrevistada, se busca “sentar las bases agroecológicas para el manejo de insectos en el cultivo de cannabis medicinal”.
Actualmente, el proyecto brinda asesoramiento técnico a 19 personas inscriptas en el Registro del Programa de Cannabis (Reprocann). Esta herramienta registra a las personas que cuentan con las condiciones para acceder a un cultivo controlado de la planta de cannabis, con fines de tratamiento medicinal, terapéutico o paliativo del dolor. La inscripción concluye con la autorización para cultivar expedida por el Ministerio de Salud de la Nación.
El equipo involucrado trabaja en el control de plagas en base a alternativas al modelo convencional —es decir, con sustancias de síntesis química— de producción. En este sentido, Zumoffen especificó que se realiza un control biológico de las plantas de los productores cannábicos. Para esto, hay un trabajo pedagógico mediante el cual se enseña a quienes cultivan a reconocer insectos y sus características para que puedan regular las poblaciones biológicas en torno a las plantas de forma agroecológica.
Quienes reciben el asesoramiento tienen plantas en interior o en exterior, se les hace un seguimiento que incluye visitas domiciliarias quincenales y que también responde a demanda de quien cultiva, ante alguna duda o la aparición de un insecto desconocido. “Ahí vemos si es un insecto que transitoriamente está en la planta o que puede generar una plaga. En el último caso se empiezan a hacer muestreos con frecuencias más cortas”, puntualiza la coordinadora.
“No debería existir la duda de qué tipo de producción tiene que hacerse para la producción industrial de cannabis medicinal”
La doctora Zumoffen es clara al indicar que deberá tenerse en cuenta la forma de producción agroecológica para preservar el cuidado de la salud. En ese sentido, la experiencia santafesina constituye un antecedente que muestra que un manejo alternativo al convencional no solo es necesario, sino también posible.
—¿Cuáles son las características del manejo agroecológico en la producción a pequeña escala del cannabis?
—Existen diversos productos derivados de la planta de cannabis. Por ejemplo, el aceite de cannabis, que es consumido por personas que tienen diferentes patologías y, por eso, es de mucha importancia que ese producto final llegue en las mejores condiciones, conservando sus propiedades: color, sabor, aroma. La forma en que la planta puede llegar con esas características es con un manejo agroecológico. Hay muchas alternativas. En el INTA de Ángel Gallardo se está haciendo cría de vaquitas de San Antonio, que son insectos emblemáticos y reconocidos por su poder de voracidad. Son predadores generalistas que atacan a muchas plagas del cultivo de cannabis: orugas, moscas blancas, arañuelas. A la cría de las vaquitas de San Antonio se suma la liberación, cuando lo requiere el productor, para que los insectos plagas sean consumidos de forma biológica. Esa es una estrategia de control, pero también existen otras alternativas. Por ejemplo, tener plantines aromáticos alrededor de la planta de cannabis que repelen los insectos. Entre las más recomendadas para el cannabis están la menta, el romero o el tomillo. Esas son las dos alternativas que trabajamos dentro del proyecto.
—Entendiendo que el fin del producto es medicinal, ¿por qué son importantes las estrategias de producción agroecológica?
—Llevar adelante agroecología a gran escala es más difícil que hacerlo a pequeña escala. No es lo mismo que a un productor se le haga liberación de vaquitas de San Antonio para una planta a que tenga un campo de varias hectáreas para la producción con fines medicinales. Siempre que uno piensa que es con fines medicinales, tiene que tratar de que la planta llegue de la forma más conservada posible por el fin que tiene. Pero no hay que pensar solamente en quienes lo consumen porque tienen alguna enfermedad sino también en aquellas personas que lo hacen con otros fines. La planta de cannabis es compleja en cuanto a sus estructuras y componentes. Tienen un montón de compuestos complejos, entre ellos los cannabinoides: los más conocidos son THC y CBD, cuyas concentraciones se ven alteradas por el manejo que uno le pueda hacer a la planta. Si por ejemplo, tengo una planta con ciertas características de bajos porcentajes de THC y altos porcentajes de CBD, que es lo que se busca en cultivos medicinales, el manejo que yo pueda hacer poniéndole algún agroquímico hace que esas magnitudes se vean alteradas. Entonces lo que uno pensaba que podría ser medicinal se ve alterado y ya posiblemente puede no serlo. Entonces, así sea a gran escala, el cultivo tiene que tener un manejo agroecológico para que esas proporciones de cannabinoides no se vean alteradas y puedan tener un fin medicinal.
—¿Qué implica esto en términos productivos?
—En producciones de gran escala se requiere bastante más mano de obra y más seguimiento, pero no es inviable. Incluso se hace. Liberación de enemigos naturales y parches de vegetación de crecimiento natural para mantener la concentración de los insectos que atacan a la planta. Eso podría ser una alternativa, hay que buscarle la vuelta para que el manejo sea agroecológico o de manejo integral de plagas, que consiste en saber en qué momento la plaga ingresa al cultivo para analizar de qué manera se va a tratar. Requiere ciertos conocimientos de las interacciones que se dan en el ambiente, porque cuando uno piensa que tiene un problema de plagas lo único que quiere hacer es exterminarla, pero la agroecología implica una visión holística. Es decir, que esa plaga no está aislada en el ambiente, sino que hay muchos factores e interacciones biológicas donde hay controladores naturales, factores abióticos como lluvias o bajas temperaturas a tener en cuenta. Sabemos que cuando llueve mucha plaga se barre, entonces hay que buscar alternativas para que el producto llegue de forma agroecológica al consumidor.
—¿Cómo ves la perspectiva para un trabajo agroecológico en la producción industrial de cannabis?
—Debería trabajarse de esta forma. Los derivados de cannabis van a ser consumidos por personas que tienen alguna patología. Entonces no debería existir la posibilidad de que un producto llegue con agroquímicos si hay otras alternativas a esa forma de producción. Y no es que no existan: sí existen. Lleva más tiempo, más mano de obra. Respecto al recurso económico, depende de cómo lo veas, porque criar vaquitas de San Antonio es mucho menos costoso que agregar productos químicos para manejar una plaga. Quizás lleva un poco más de tiempo, conocimiento y recurso humano pero no es un sistema en desventaja. Creo que no debería existir la duda de qué tipo de producción tiene que hacerse para esta ley: tiene que ser agroecológica.