Llamar o tocar la puerta significa literalmente el instrumento del nombre para hacer que se abra la puerta. Significa utilizar una palabra a la apertura de un pasadizo. Cualquiera que sea la cultura que haya influido en una mujer, esta comprende intuitivamente las palabras “MUJER” y “SALVAJE”.
Cuando las mujeres oyen esas palabras, despierta y renace en ellas un recuerdo antiquísimo. Es el recuerdo de nuestro absoluto, innegable e irrevocable parentesco con el femenino salvaje, una relación que puede haberse convertido en fantasmagórica como consecuencia del olvido, haber sido enterrada por un exceso de domesticación y proscrita por la cultura circundante, o incluso haberse vuelto inteligible.
Puede que hayamos olvidado los nombres de la Mujer Salvaje, puede que ya no contestemos cuando ella nos llama por los nuestros, pero en lo más hondo de nuestro ser la conocemos, ansiamos a cercarnos a ella, sabemos que nos pertenece y que nosotras le pertenecemos. Nacimos precisamente de esta fundamental, elemental y esencial relación y de ella derivamos también en esencia.
El arquetipo de la Mujer Salvaje envuelve el ser alfa matrilineo. Hay veces en que la percibimos, aunque solo de manera fugaz, y entonces experimentamos el ardiente deseo de seguir adelante. Algunas mujeres perciben este vivificante “sabor de lo salvaje” durante el embarazo, durante la lactancia de los hijos, durante el milagro del cambio que en ella se opera cuando crían a un hijo o cuando cuidan una relación amorosa con el mismo esmero con el que se cuida un amado jardín.
La existencia de la mujer salvaje también se percibe a través de la visión; a través de la contemplación de la sublime belleza. Yo la he percibido contemplando lo que en los bosques llamamos una puesta del sol “de Jesús, Dios”. La he sentido en mi interior viendo venir a los pescadores del lago en el crepúsculo con las linternas encendidas y, asimismo, contemplando los dedos de los pies de mi hijo recién nacido, alineados como una hilera de maíz dulce. La vemos donde la vemos, o sea, en todas partes.
Vienen también a nosotras a través del sonido; a través de la música que hace vibrar el esternón y emociona el corazón; viene a través del tambor, del silbido de la llamada y del grito. Viene a través de la palabra escrita y hablada; a veces una palabra, una frase, un poema o un relato es tan sonoro y tan acertado, que nos induce a recordar, por lo menos durante un instante, de que materia estamos hechas realmente y donde esta nuestro verdadero hogar.
Texto tomado de “Mujeres que corren con los lobos”, Clarissa Pinkola Estes.
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