Desde que comenzaron las medidas de aislamiento social, un pedacito de tierra se convirtió en un verdadero tesoro. Los que pasaron los primeros meses de la pandemia en departamentos extrañaban el olor de las briznas de pasto fresco y la posibilidad de ver crecer a los tallos para darle origen a una flor. Para retomar el contacto con la tierra, una docena de vecinos de Alta Barda se unió para crear “Pulmón Verde”, una huerta orgánica y colectiva que funciona en el predio de una biblioteca popular.
El proyecto se gestó al inicio de la pandemia y pasó por varios estadíos antes de volverse realidad. Mariana Erickson, una de las integrantes del grupo que organizó la huerta, explica que primero se había elegido el patio de un jardín de infantes, hasta que los obstáculos se hicieron demasiado grandes.
“No teníamos los requisitos mínimos que era un cerco perimetral y el acceso al agua para riego”, dijo y agregó que la creación de una huerta en ese lugar los obligaba a instalar una bomba para traer el agua desde el interior del jardín.
Comenzó el proyecto
Sin bajar los brazos, los vecinos buscaron otro lugar para darle cuerpo a su proyecto. A través del presidente de la comisión vecinal dieron con las autoridades de la biblioteca popular Pehuén y propusieron un intercambio. La dirección de la biblioteca les ofrecía el predio delantero de ese espacio comunal, mientras que el grupo de Pulmón Verde se ocuparía de regar y darle más vida al terreno.
Con ese intercambio, sellaron un convenio para ocupar el espacio por dos años. Los vecinos suplieron su escasa capacitación en jardinería con una voluntad inquebrantable y así comenzaron a trabajar.
“Avanzamos con la huerta sin poner un peso”, explicó Mariana, que es docente de historia y usó su experiencia como vicedirectora para aprender a gestionar el proyecto. Con el paso de los meses, obtuvieron donaciones de tierra negra y de madera para construir los bancales. También se ocuparon de recorrer chacras cercanas para obtener el guano de gallina que iba servir como fertilizante.
“Tuvimos conversaciones con Proda y muy pronto vamos a recibir una técnica que nos va a dar capacitación”, señaló Mariana. Hasta ahora, ya dieron los pasos iniciales de la huerta gracias al conocimiento colectivo y al gesto solidario de los vecinos más experimentados en jardinería. “Tenemos un vecino que no está cultivando ningún bancal pero que nos visita para darnos sugerencias y hasta nos donó plantines de tomate”, indicó.
En total, hay doce bancales ocupados y un décimo tercero en construcción. “No es una huerta comunitaria, en donde todos producen para todos; acá cada uno se hace cargo de su bancal”, dijo Mariana y agregó que la mayoría de las bancas son administradas por familias, que se turnan para ir a regar o cuidar de sus plantas.
Hasta ahora, la huerta ya cuenta con plantas de tomate, calabaza y apio. Los vecinos creen que la producción va a incrementarse a medida que se capaciten y reciban más donaciones de plantines y semillas. “Cuando nos vieron trabajando, ya se empezaron a acercar más vecinos, y creemos que el interés va a crecer cuando las plantas crezcan”, indicó Mariana.
El equipo de Pulmón Verde espera sumar a más vecinos, aunque reconocen que el espacio es limitado. El predio de la biblioteca tiene lugar para apenas 15 bancales, por lo que aspiran a anexar un espacio verde aledaño a partir de la instalación de un cerco perimetral. Así, más vecinos podrían participar.
¿Qué motiva a los habitantes de Alta Barda a cultivar sus propios vegetales? Mariana afirma que la necesidad económica no es lo más apremiante. Los vecinos no cultivan para ahorrar dinero en la compra de alimentos, sino por una necesidad de contacto con la tierra que se profundizó con la pandemia.
“La mayoría son vecinos que tienen patios muy chicos o que viven en departamentos de monoblicks”, detalló Mariana. Así, asisten muchas mujeres, abuelas con nietos y personas jóvenes que ansiaban tener plantas para regar a diario.
La docente afirmó que Pulmón Verde es un proyecto de vida con espíritu gregario. Con pocas semanas de trayectoria, la huerta ya estrechó los lazos de muchos vecinos que antes se trataban con apatía y que ahora comparten conocimientos de jardinería y se ponen de acuerdo para ir juntos a regar.
“Con esto de la pandemia y las limitaciones para circular, era fundamental tener un espacio cerca y al aire libre para hacer sociales”, sostuvo Mariana. El contacto con la tierra sirve también como un bálsamo contra la incertidumbre y el miedo. “En un mundo tan abstracto, es necesario volver a las cosas concretas, a la carretilla con tierra, a la planta que ves crecer”, explicó.
Para muchos, la huerta se convirtió en su primera salida al mundo exterior después del aislamiento. “Algunas abuelas venían con sus nietos, con un poco de miedo del contacto, y ahora los ves jugando y embarrándose con los demás chicos”, se alegró la integrante del proyecto. Los juegos compartidos, los saberes que circulan y el tiempo que pasan juntos lograron fortalecer al vecindario.
Aunque en los papeles no se trata de una huerta comunitaria, el sentido de comunidad creció de forma natural y abrumadora. Los lazos construidos quedaron demostrados después, cuando algunos huerteros se enfermaron de Covid-19 y sus bancales fueron atendidos por otros compañeros del lugar, que regaban sus plantas mientras ellos respetaban el aislamiento obligatorio.
Mariana afirma que aún es muy pronto para cosechar el fruto de los cultivos. Si bien la huerta ya tiene banderines de colores, brotes verdes que surgen de la tierra negra y hasta un espantapájaros, todavía no aparecen las verduras. Sin embargo, los vecinos de Alta Barda ya cosecharon otros frutos: aprendizaje, amistades y un vínculo mucho más fuerte con la naturaleza.
Esta experiencia que se desarrolla en la localidad vecina nos sirve de inspiración para aplicarla en Plottier.
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La unión hace la fuerza: una huerta compartida entre vecinos 2020.
Fuente: www.lmneuquen.com
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