Por Walter Isaía y Manuel Barrientos
Juan Manuel Rossi nació en Jovita, en el sur de la provincia de Córdoba (“bien al sur”, dice), cerca del límite con La Pampa. Allí se vinculó tempranamente con la actividad rural, tarea que lo decidió a estudiar la Licenciatura en Administración Rural en la Universidad Tecnológica Nacional, regional Villa María. La actividad representativa y dirigencial llegó pronto, desde abajo y no cesó hasta el presente. Fue coordinador de los centros juveniles de la región de Villa María de la Federación Agraria y, cuando se recibió, volvió a su pueblo para recrear la filial local de la entidad, discontinuada desde fines de la década de 1980 cuando se desarticuló la cooperativa agrícola del pueblo.
Pero fue la creación de Agricultores del Sur, en 2005, una cooperativa que transforma la soja y produce alimentos balanceados, expeler y aceite de soja lo que marcó su recorrido. “Antes que nada soy productor agropecuario. Arrendatario, porque no tengo campo propio. Mi familia le alquila el campo a mi tío y, gracias a él, que nos banca en las buenas y en las malas, con mis viejos primero, mis hermanos ahora, llevamos adelante la producción”, se autodefine. Y agrega: “El cooperativismo llegó porque es la única forma que tenemos los pequeños productores, desde lo local, de no desaparecer y poder crecer”.
Una iniciativa del entonces presidente de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi, produjo una renovación general de la dirigencia y Rossi ganó peso en la entidad. Fue tesorero, director en la ciudad de Río Cuarto, secretario de finanzas y secretario de coordinación en Rosario. Hasta que el conflicto, en 2008, entre la Mesa de Enlace y el gobierno de Cristina Kirchner por la Resolución 125, dividió las aguas. Rossi era de los que propugnaba que la FAA saliera de la Mesa de Enlace y volviera “a las banderas tradicionales”. No sucedió y salió de la entidad (“muchos de los que teníamos cargo renunciamos”, dice) para fundar en 2010 la Federación de Cooperativas Federadas (Fecofe). Allí fue consejero, tesorero, vicepresidente y, actualmente, presidente.
—¿La cooperativa fue una necesidad, entonces?
—La cooperativa es la forma de poder sostenerse como productor y pensar en una transformación. Han caído muchísimos. En mi pueblo, cuando arrancamos con la filial de la Federación Agraria, allá por el año 2000, la lista de productores asociados eran 140; hoy, no te lo puedo decir con exactitud, pero no creo que haya más de 30 productores. Eso es un reflejo de lo que pasó en el país: la concentración, el alquiler de los campos, pooles de siembra. La herramienta que tenemos a mano es la cooperativa y es el lugar en donde uno puede realizarse. La familia puede participar y el pueblo en su conjunto. Por eso en nuestro pueblo se desarrollaron al lado de la cooperativa eléctrica, de la cooperativa agropecuaria, de la mutual para el club. Y ahora estamos con una cooperativa de un nuevo modelo de desarrollo local, donde estamos todas las entidades del pueblo, con la Municipalidad y el colegio agrotécnico, para poder generar valor agregado y mayor trabajo en la localidad.
—¿Cómo piensan el sector en relación con la economía solidaria o la economía popular?
—Nuestro sector está en un momento de transformación. La economía popular es una emergente de los últimos tiempos. La economía social y solidaria tiene más años y más trayectoria. En nuestra región de la pampa húmeda o gringa existen muchas economías regionales y un arraigo de casi cien años. Nuestra federación tiene muchas cooperativas de setenta, ochenta y algunas de más de 100 años. La economía popular es parte de los cambios, entiendo, a partir de la dictadura militar para acá, pero más profundamente a partir de la década de 1990. Tratamos de vincular estas experiencias y, de cara al futuro, tiene que haber una sinergia entre las organizaciones más urbanas, el cooperativismo de trabajo, las empresas recuperadas con el cooperativismo de producción, el agrícola, el de agregado de valor, que está más arraigado en los pueblos. Tenemos que unirnos culturalmente, también. Los dirigentes, primero, y los asociados, después. El alimento es una cuestión transversal que nos va a permitir hacer ese trabajo.
—En esa línea, ¿qué ejemplos concretos hay de sinergia? ¿La Mesa Agroalimentaria puede ser uno de ellos?
—Sin duda. Desde la Mesa de Enlace nos tratan de encapsular diciendo que somos todos los afines al gobierno o que piensan igual. Y la verdad es que hay una diversidad muy importante. Personalmente, me sorprende el crecimiento que tiene la Mesa Agroalimentaria. Los productores más chiquitos de los conurbanos, más dedicados a la horticultura o agricultores familiares de poblaciones originarias, algunas bien rurales y otras muy urbanas, con lógicas totalmente distintas, pudimos unirnos. Y el chacarero, productor medio, sojero de la pampa húmeda, que tiene ya muchas generaciones de productor, también se ve representado por lo que hacemos y por lo que planteamos: la modificación del sistema productivo o su cuestionamiento, la cuestión ambiental, la comercialización, el alimento puesto en la mesa de los argentinos a un precio accesible y de calidad, la exportación, la generación de trabajo y la distribución demográfica de nuestro país.
—¿Qué sinergia hay en el territorio, en lo productivo y en la comercialización? ¿Y qué desafíos implica?
—El desafío que tienen nuestras cooperativas es el agregado de valor. Poder transformar la materia prima en alimento y dejar de vender la soja, el maíz, el trigo o los animales en pie al mercado chino o a otros países del exterior; en realidad, faenados por frigoríficos que, en su mayoría, no son argentinos. El objetivo es transformar esa materia prima en alimento en cada una de las regiones y ponerlo en las góndolas. Ese es el laburo concreto con otras organizaciones. Los locales que se van abriendo son cada vez más. En nuestro caso, hay muchas cooperativas que tienen supermercados en el pueblo y hay mutuales que tienen proveedurías. Pero los locales en las grandes ciudades o los centros de distribución que estamos armando y que tenemos proyectados, como los que hay en Buenos Aires, Rosario o Córdoba, son los puntos claramente de encuentro.
—¿Cómo se caracteriza el trabajo de Fecofe?
—Fecofe es un puente entre todo ese mundo: entre los pequeños y medianos productores, la agricultura familiar, los campesinos; entre el cooperativismo y la economía social. Somos parte de Cooperar, pero también tenemos buena relación con Coninagro. Y, en Cooperar, las cooperativas de servicios públicos, las mutuales de ayuda económica y todo el sistema mutual y cooperativo tienen un trabajo en común, aunque falta mucho por hacer. Nuestra Federación puede trabajar en eso, en ayudar a unir al sector y en tender un puente con la política. Trabajamos mucho con los municipios, las provincias y la Nación para visualizar al sector de la economía social en su conjunto y, en particular, a nuestro sector. En una época de mucha división, mucho individualismo, tener una entidad que se dedique todos los días a unir nos parece que es fundamental y necesario.
—¿Por cuántas cooperativas está integrada? ¿De qué provincias?
—Fecofe tiene 45 cooperativas asociadas y unas 30 cooperativas vinculadas en proceso de asociación. Cooperativas agrícolas tradicionales que hacen trigo, soja, maíz de la pampa húmeda y que prestan servicios de transporte, que tienen supermercado, ferretería en el pueblo, la gomería. Cooperativas de yerba mate en Misiones; de arroz en Entre Ríos y Corrientes; de vinos y aceite de oliva en Catamarca, La Rioja y Mendoza… Muchas cooperativas lácteas que acopian leches o que transforman y hacen quesos, leche fluida y distintos subproductos lácteos. Cooperativas de trabajo que hacen dulces, que elaboran cereales para desayunos en la provincia de Buenos Aires. Muchas de nuestras cooperativas agrícolas van avanzando en la transformación de la materia prima. Primero, con alimentos balanceados; después, con aceites y alimento animal.
—¿Qué sucede con las mutuales?
—Las mutuales de ayuda económica, en su conjunto, son hoy tres veces más grandes que el Banco Nación, el más grande del país en cantidad de locales que abren todos los días al público y que atienden a quien no tiene acceso al crédito. Ayudan a las organizaciones del pueblo y a sostener el entramado social de nuestro país. Muchas veces tienen mala prensa, pero es una herramienta poderosísima. Muchas veces prefieren no mostrarse por miedo a un ataque, a que nos apliquen impuestos regresivos o a que directamente te clausuren. Hay que romper con eso y darnos cuenta del potencial que tenemos.
—¿Qué rol ve que les asigna el Estado a las organizaciones de la economía social y popular y qué rol le asigna el poder empresario?
—El sector empresario nos ve siempre como una amenaza. Nosotros trabajamos para que, también, parte del sector empresario y, fundamentalmente, el Estado nacional nos vea como aliados. Se enfocan en la cuestión impositiva y yo, por lo menos, todas las cooperativas y mutuales que conozco trabajan ciento por ciento en blanco, cosa que no pasa con las empresas privadas. Y aportamos, seguramente, muchísimo más en impuestos que el resto de los actores de la economía. Tenemos que revertir esa visión hacia una alianza natural y una búsqueda de equilibrio en torno de ese 33 por ciento del mercado que queremos abastecer. Sería una situación de equilibrio que los otros 33 por ciento queden en manos del Estado y del capital privado. En cuanto al Estado, la relación es de menor a mayor. El Intendente nos ve siempre como una ayuda permanente y diaria. El Gobernador nos ve como algo más lejano. Tiene en el radar a las cooperativas y a las mutuales, sabe que son importantes, cuando puede da una mano, pero no es un tema prioritario, como si no tuviese urgencias. Salvo Misiones, que tiene un ministerio, la mayoría de las provincias tienen direcciones, secretarías, subsecretarías que atienden a las cooperativas y a las mutuales. Y en la Nación, salvo algunas excepciones, la mayoría de los funcionarios no conoce al sector. Hoy hay muchos funcionarios que son de la Ciudad de Buenos Aires, porteños o de grandes ciudades de la provincia de Buenos Aires. En todos los partidos políticos pasa igual, no me focalizo en uno.
—¿Cómo se hace para trasladar la potencia del cooperativismo a la incidencia política?
—A través de la unión del sector. Ejemplo: lechería. Sancor como la gran cooperativa argentina que fue y que ya no es. Hoy está en una crisis casi terminal. Tenemos la oportunidad de unir a las grandes cooperativas agropecuarias del país, a todo el cooperativismo lácteo junto con Sancor y junto con el Estado nacional para repensar y planificar la lechería nacional. Como tienen muchos países: Uruguay con Conaprole; Nueva Zelanda con Fonterra, una de las potencias más grandes en lechería del mundo. Argentina tiene todas las condiciones para poder hacerlo. Hacer confluir intereses. En lugar de pensar una nueva empresa, con capitales privados, donde Sancor sea una minoría absoluta y en vía de extinción, podríamos unir al cooperativismo y el mutualismo con el Estado para pensar el desarrollo de nuevas juntas lácteas, para sumar nuevos productores tamberos. Tenemos una gran marca y el potencial para abastecer al mercado interno y para exportar.
—¿Qué líneas de políticas públicas deberían aplicarse?
—Lo primero que hay que discutir es la tierra, un tema tabú en la Argentina. La tierra debe ser debatida, discutida, puesta sobre la mesa. Se debe tener claridad en manos de quién está, quién la produce, quién la puede llegar a producir, cuántos productores más podemos tener en la Argentina, por qué han desaparecido tantos en las últimas décadas y cómo ocupamos el territorio. Otro punto importante es el financiero, que estamos trabajando activamente con el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (Inaes). Estamos regidos por un decreto de la dictadura militar: la llamada Ley de Entidades Financieras, que nadie se anima a tocar. Es un decreto que no está pensado para la producción y para el desarrollo del país, sino para el desarrollo del sistema financiero y para la timba. Tenemos la posibilidad, con el sistema cooperativo mutual y con una política pública activa, de tener un nuevo sistema financiero que esté pensado para el desarrollo productivo. Otra cuestión importante es la distribución demográfica.
—¿Qué se puede hacer respecto de este punto?
—Está ligado a lo anterior, con el acceso al crédito para la producción y el desarrollo de la vida en el interior. ¿Cuánto hace que en la Argentina no se crea un pueblo nuevo? Vemos, sí, que muchos van desapareciendo. Para esto hacen falta políticas públicas con una mirada integral, dejar de correr detrás de la urgencia y planificar la producción. Para eso hace falta tener Estado. Hoy el Estado está muy ausente en esto. Es un Estado que ha sido desarticulado. Sobre todo si se piensa en las instituciones que existían, con la Junta Nacional de Granos, la Junta Nacional de Carnes, con las cajas de crédito. Hay que pensar de nuevo muchas cosas. Pero también están las crisis de dirigencia, un capítulo que no es menor. Tenemos crisis dirigenciales en todos los ámbitos. En los sindicatos, en los gremios, en nuestras cooperativas, en los colegios, que se traslada claramente a la política. Vivimos muy en el presente y sin planificar el futuro. No hay debate, no hay discusión, no hay información para planificar el transporte, el ferrocarril, tan importante para el desarrollo de un país distinto y no tan centralizado en el puerto de Buenos Aires.
—¿Cuál es el estimativo de lo que aporta el cooperativismo y la economía social al PBI en la Argentina?
—Se habla de un 10 por ciento del PBI. Pero no vi un estudio serio sobre el tema. Me parece que puede ser más, pero también porque uno quiere creer eso.
—¿Cuánto consideran que pueden crecer?
—El crecimiento de nuestro sector se da porque la población claramente decide en nuestro favor. El pueblo quiere comer bien y sano, quiere ayudar al vecino, al laburante de la fábrica recuperada o al productor de la cooperativa. Cree mucho más en los productos que se hacen en la región que en un producto que viene termoprocesado en otro lado. En el caso de la gran ciudad, creen en el almacén que podemos abrir nosotros con los productos regionales y con los precios que le ponemos y en la calidad que tienen esos productos. Existe un potencial enorme. Por eso la política tiene que mirar para este lugar. Imagínate si todo lo que se hace a pulmón estuviera acompañado por el Estado. Hay leyes que van avanzando de a poco en este sentido, como la de etiquetado frontal o la ley de góndolas. Pero hay que acelerar ese proceso. Hay que tomar decisiones más profundas, más de fondo. La dirigencia tiene que animarse a tomar decisiones que toquen algunos intereses. Hay empresas multinacionales que tienen en la Argentina el doble de los beneficios que tienen en sus países de origen. Desde el punto de vista impositivo, no tienen ningún impedimento para las prácticas monopólicas. Que vayan a Estados Unidos, que vayan a Europa a ver si pueden moverse con la misma libertad con la que se pueden mover en la Argentina. Cuando una cooperativa tiene un excedente lo reinvierte en más trabajo y en más producción. El excedente de las multinacionales va a sus casas matrices. No es difícil ver todo eso.
—¿Cuáles cree que son los desafíos centrales desde el sector? Desde el propio campo, más allá del Estado y del sector privado.
—Tenemos que animarnos a más. Tenemos que creernos lo que somos. Hay una práctica solidaria interna del cooperativismo, pero que se traduce en competencia con la cooperativa vecina. Ni hablar entre federaciones o grandes cooperativas: la primera competencia siempre es con la otra cooperativa y no vemos que una multinacional nos lleva puesto a todos. El desafío más grande del cooperativismo, entonces, es unirse y trabajar en conjunto. Ver el potencial y creernos ese potencial.
*El libro “Por un futuro común” fue publicado por Huvaití Ediciones y puede conseguirse en Moreno 945 (Ciudad de Buenos Aires).