¿Qué son los vínculos saludables?
Hablar de «vínculo» es referirse a conectarse o relacionarse con alguien o con algo desde los distintos planos del ser. A lo largo de la vida se establecen innumerables vínculos diferentes y con distintos efectos sobre las partes que lo componen. Se puede decir que los vínculos sanos son aquellos que aportan bienestar y claridad
al desarrollo del ser humano. El vínculo es un elemento fundamental para la supervivencia y la adaptación al medio tanto social como natural.
Para establecer la conformación de los vínculos es necesario tener en cuenta el grado de apego con el que se desarrolla el/la sujeto. Un apego seguro durante los primeros años del/a bebé permite lograr confianza en sí mismo/a y la posibilidad de desenvolverse con autonomía emocional durante su crecimiento y desarrollo.
¿Qué es el género?
El género se refiere a los roles, las características y oportunidades definidos por la sociedad que se consideran apropiados para los hombres, las mujeres, los niños, las niñas y las personas con identidades no binarias. El género es también producto de las relaciones entre las personas y puede reflejar la distribución de poder entre ellas. No es un concepto estático, sino que cambia con el tiempo y el lugar. Cuando las personas o los grupos no se ajustan a las normas (incluidos los conceptos de masculinidad o feminidad), los roles, las responsabilidades o las relacionadas con el género, suelen ser objeto de estigmatización, exclusión social y discriminación, todo lo cual puede afectar negativamente a la salud. El género interactúa con el sexo biológico, pero es un concepto distinto. (OMS 2018).
¿Qué es la violencia?
La violencia es el uso intencional de la fuerza física, amenazas contra uno mismo, otra persona, un grupo o una comunidad que tiene como consecuencia o es muy probable que tenga como consecuencia un traumatismo, daños psicológicos, problemas de desarrollo o la muerte.
¿Qué es la violencia de género?
Se entiende por violencia contra las mujeres toda conducta, por acción u omisión, basada en razones de género, que, de manera directa o indirecta, tanto en el ámbito público como en el privado, basada en una relación desigual de poder, afecte su vida, libertad, dignidad, integridad física, psicológica, sexual, económica o patrimonial, participación política, como así también su seguridad personal. Quedan comprendidas las perpetradas desde el Estado o por sus agentes. También se considera violencia indirecta a toda conducta, acción, omisión, disposición, criterio o práctica discriminatoria que ponga a la mujer en desventaja con respecto al varón.
Ciclo de la violencia
Existen, en los conflictos y en las relaciones con violencia crónica, señales que permiten identificar conductas reiteradas que merecen atención. La conducta repetitiva conforma un ciclo que se puede identificar por tres fases, cada una de las cuales difiere en su duración, se manifiesta de distintas maneras y se repite una y otra vez.
Fase I – Acumulación de la tensión
Esta etapa puede tener una duración indeterminada, desde días, semanas, meses o años. En ella ocurren incidentes menores como gritos o pequeñas peleas. Se acumula la tensión y aumenta la violencia verbal. En esta etapa se diferencia el comportamiento de la víctima y del agresor:
La víctima: (lo justifica con estas creencias)
● Interpreta estos incidentes como casos aislados que puede controlar,
que no se volverán a repetir o que simplemente desaparecerán.
● Trata de calmar al agresor.
● Se niega a sí misma que lo que está ocurriendo es una situación intolerable.
● Busca excusas para justificarle.
● Tiende a echar la culpa a otros factores («ha tenido un mal día», «estaba borracho»).
● Encubre al agresor frente a otras personas.
● Tiende a la auto-culpabilización.
● Trata de «complacer» al agresor.
El agresor: (se justifica con estas frases)
● «Es cada vez más celosa y agresiva».
● Se enfada por cosas insignificantes.
● «Estoy más sensible, alterable, tenso e irritado»
Fase II – Estallido de la tensión
Se define esta fase como la «descarga incontrolable de las tensiones que se han acumulado en la fase anterior». La falta de control y la destructividad dominan la situación. Se producen las agresiones físicas, psicológicas y/o sexuales. La víctima primero experimenta una sensación de incredulidad que le lleva a paralizarse y a no actuar hasta pasadas unas 24 horas para denunciar o pedir ayuda. En esta fase es común que la víctima sufra tensión psicológica, insomnio, ansiedad, que permanezca aislada, impotente o que evite contar lo que ha ocurrido. Se ha comprobado que los agresores tienen control sobre su comportamiento violento y que lo descargan sobre sus parejas de manera intencionada y selectiva.
Fase III – Luna de miel o arrepentimiento
Esta etapa suele venir inmediatamente después de la segunda fase. Es un periodo caracterizado por una relativa calma, en la que el agresor se muestra cariñoso, amable, incluso arrepentido, llegando a pedir perdón y prometiendo que no volverá a suceder. La tercera fase se suele acortar o desaparecer según se sucede el ciclo a lo largo del tiempo. Este periodo dificulta en muchas ocasiones la posibilidad de que la víctima denuncie la situación, el comportamiento amable le hace pensar que quizá haya sido solo un suceso aislado y que nunca más se va a volver a repetir la agresión, puede ser que en esta etapa la víctima retire la denuncia que había puesto en la etapa anterior
Después de la fase de arrepentimiento se vuelve a la primera, la de acumulación de la tensión y después a su estallido, convirtiéndose así en un círculo, el ciclo de la violencia.
Mujeres en situación de violencia: Indefensión aprendida o Desesperanza inducida
Según M. Seligman (1975), la indefensión es el estado psicológico que se produce frecuentemente cuando los acontecimientos son incontrolables y cuando la víctima cree que no puede hacer nada para cambiarlos, de alguna manera se haga lo que se haga todo termina en lo mismo, o resulta inútil; se puede resumir en que repetidos malos tratos disminuyen la motivación de la mujer a responder. Ella llega a ser pasiva; luego su habilidad cognitiva para percibir éxitos está cambiada.
Las mujeres maltratadas perciben debilitada la capacidad de solucionar problemas y la motivación para afrontarlos, así perpetúan su permanencia en la relación violenta. Es probable que la inmovilización del vínculo violento tenga sus raíces en haber vivido más experiencias de indefensión durante la infancia. Los componentes que caracterizan esta posición son: la pasividad ante el agresor; el empobrecimiento de sus capacidades; y el sentimiento creciente de incompetencia, frustración y depresión.
Varones agresores: conducta aprendida
Los varones que ejercen violencia hacia la mujer no tienen ningún trastorno psicopatológico, sí tienen algún síntoma psicopatológico, pero desde ese lugar no las consideramos personas enfermas que necesiten una cura, sino que justamente ese aprendizaje, esa construcción de la masculinidad durante toda su vida y toda su historia hacen que se conduzcan a resolver los conflictos de una manera violenta.
No son hombres violentos, porque al decir que son hombres violentos se define este concepto por «el ser»; por lo tanto, lo correcto es decir que poseen conductas violentas, o bien, que ejercen un comportamiento violento y que así como lo aprendieron lo pueden desaprender.
Por otro lado, «la simiente psicológica del maltrato se siembra en una época muy temprana de la vida, incluso durante la primera infancia. El desarrollo de la personalidad violenta es un proceso gradual que dura años. Las principales fuentes son: la humillación, especialmente a manos del padre; el apego inseguro a la madre y la experiencia directa del maltrato en el hogar. Ningún factor basta por sí solo para crear la personalidad violenta; esos elementos deben existir simultáneamente para que se desarrolle dicha personalidad. Creando un potencial para la violencia que es configurado y refinado por experiencias posteriores, pero que surge en una edad temprana».